Estoy desganada hace meses. Mis hijos no me hablan porque tal vez se hayan cansado de mi dejadez. Circulan por la casa, igual que yo, los escucho moverse por las habitaciones, por los pasillos, por el patio pero no cruzamos palabra.
Por la mañana la escucho a ella.
Cruzo su sombra justo antes de que entre al baño a darse una ducha. El agua
corre durante unos minutos y ella tararea una canción triste. No veo cómo luce,
ni llego a registrar cómo lleva el pelo. El cruce es fugaz, está apurada ¿Por
qué está triste? Tal vez tendrá algún problema en su trabajo o con su
noviecito.
Por la tarde lo escucho entrar a él.
El tintineo de las llaves cuando vuelve del colegio, el chillido de la puerta a
la que habría que ponerle algún producto lubricante, sus pasos hacia la
comedor, los movimientos de los utensilios sobre la mesa, algún sonido gutural
- ¿se está riendo de algo o son sollozos?- o un chasquido de lengua en
disconformidad con el sabor de la comida que se acaba de hacer.
Durante el día, cuando ellos no
están, recorro la casa con más lentitud, mis movimientos se debilitan igual que
mi estado de ánimo. Observo todo y hago planes de mejorar, me prometo a mí
misma ponerme las hacerme responsable, dejar de dejarme estar: Mañana voy a ordenar los libros y las fotos,
pienso mientras miro los libros y las fotos de la biblioteca, Mañana voy a cambiar los muebles y los
cuadros de lugar, pienso mientras rozo con el dedo un vértice del cuadro donde
se acumula polvillo y se desliza hacia
un costado quedando torcido, asimétrico como mis días, Mañana voy a regar las macetas, pienso mientras las plantas se
descascaran a mí paso lento, Mañana voy a
acomodar la ropa en los armarios pienso mientras miro mí ropa toda
esparcida sobre la cama. No entiendo ¿Quién sacó todo ésto? ¿Por qué no
recuerdo la textura de las cosas? Esto tiene que cambiar. Pienso en hablar
con ellos esta misma noche durante la cena.
Por la noche mientras ella cocina, le
hablo al oído, calma. Tenemos que hablar.
Se estremece, un plato cae al suelo y ella tiembla y llora. Él acomoda como al
pasar el cuadro que yo movi en la mañana, lo endereza. Fui yo, le susurro también a él buscando no alterarlo y se sobresalta
cuando deslizo mi mano sobre su hombro. Mira largamente el cuadro, se agita y
finalmente suspira. Va hasta mi
habitación y acomoda mis zapatos en una caja grande y hace lugar en mí cama,
corriendo y acomodando mi ropa en una bolsa. Intenta ayudarme a su manera. Se tira en la cama boca arriba y se
queda mirando el techo. Me acuesto a su lado y mascullo un Gracias muy tímido y él vuelve a sobresaltarse. Salta de la cama,
dice ¿Por qué? Hijo mío. cómo por qué, no
entiendo, antes de que pueda
contestarle se tapa los ojos y repite ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Cenan juntos y yo decido postergar la charla
hasta mañana. Me quedo tirada en mí cama. ¿Qué es lo que hago tan mal? Doy
vueltas, primero en la cama intentando conciliar el sueño y después por la
casa, igual que durante el día pero más animada, más liviana, más veloz. Por la
madrugada los sonidos de la casa se apaciguan y se amontonan imágenes en mí
cabeza y en el patio se amontona la hojarasca, en la cocina los platos y en la
heladera la comida, rancia. Ellos duermen en sus camas con la ropa puesta y las
sábanas revueltas. Escucho sus respiraciones pausadas a veces, la tos de ella
otras, los resfríos de los dos casi siempre.
El gato se restriega en mis piernas
mientras intento lavar los platos pero no hay suficiente presión de agua, los
dejo. ¿Por qué el gato está tan frío?
Me cuesta dormir, doy vueltas por la cama y doy vueltas en la casa de nuevo.
Bajo a la sala y soplo el polvo del taburete para esparcirlo, lo hago girar a
velocidad para que termine de salirse la tierra con la sacudida. Me siento al
piano. No recuerdo ningún tema así que apoyo las manos sobre las teclas,
respiro profundo y toco suaves sonidos sueltos al principio, después me
entusiasmo y golpeo con fuerza los acordes con los dedos contra los blancos y
los negros y los martillitos contra las cuerdas. Ella se despierta
sobresaltada, ¿Otra vez? grita. Los
escucho levantarse y hago silencio. Ellos se asoman por el hueco de la
escalera. Miran el piano o a mi, desde allá arriba. Ella llora, él la consuela.
Murmura algo, una pesadilla o volvamos a dormir… no sé, no entiendo.
Intento decirles que me disculpen, que ando rara desde el accidente, que voy a
retomar mi trabajo, que voy a estar más activa, que voy a cocinarles mejor, que
cuando se me pase voy a lavarles la ropa y tenderla al sol, y que voy a baldear
el patio y prender la estufa para que el gato duerma en su puf calentito y
ellos también. Pero ellos vuelven a dormir a sus cuartos en silencio.
Esta mañana se levantaron más
temprano que de costumbre y conversaron en voz muy baja sobre algo que no
comprendí. Tal vez discutieron ahogando sus garantías sólo para que yo no
escuche ¿Estarán enojados porque los molesté anoche? Entran a mi cuarto y
espero con ansias que me digan qué pasa, estoy contenta de que todos tengamos
la misma intención de hablar pero ellos siguen ignorándome. Juntan las cajas de
zapatos y las bolsas de ropa, juntan más ropa en más bolsas, vacían todo en
silencio. Después salen al patio y comienzan a barrer las hojas formando una
gran pila. Yo quiero agradecerles por colaborar con la limpieza, decirles me mejora el ánimo pero ellos no me
escuchan, no me miran, se concentran en la montaña de hojas que luego juntan en
una carretilla y llevan hasta el cordón de la vereda. Le agregan un chorro de
alcohol y prenden una gran fogata. Entre los dos bajan todas las cosas que
embalaron y embolsaron en mi habitación y de a poco van seleccionando lo que
van a quemar. La ropa se consume y ellos lloran, les digo que está bien, que
entiendo que hace meses que me visto con la misma ropa y que hacen bien en
hacer esa limpieza. A partir de hoy, vida nueva, pienso. A partir de ahora todo
va a volver a ser como antes, a partir de ahora, voy a comportarme, voy a
reponerme.
El fuego crece con mis palabras y me
toma. Grito fuerte. ¿Me escuchan, hijos? Ellos temen. Me temen. Entran corriendo a la
casa, cierran la puerta y me dejan fuera. Escucho que él pone las llaves en la
cerradura. Ella pregunta: ¿Ya se fue? Él le contesta: Esperemos que sí.
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