jueves, 29 de junio de 2023

ESTOY AFUERA

    Estoy desganada hace meses. Mis hijos no me hablan porque tal vez se hayan cansado de mi dejadez. Circulan por la casa, igual que yo, los escucho moverse por las habitaciones, por los pasillos, por el patio pero no cruzamos palabra.

            Por la mañana la escucho a ella. Cruzo su sombra justo antes de que entre al baño a darse una ducha. El agua corre durante unos minutos y ella tararea una canción triste. No veo cómo luce, ni llego a registrar cómo lleva el pelo. El cruce es fugaz, está apurada ¿Por qué está triste? Tal vez tendrá algún problema en su trabajo o con su noviecito.

            Por la tarde lo escucho entrar a él. El tintineo de las llaves cuando vuelve del colegio, el chillido de la puerta a la que habría que ponerle algún producto lubricante, sus pasos hacia la comedor, los movimientos de los utensilios sobre la mesa, algún sonido gutural - ¿se está riendo de algo o son sollozos?- o un chasquido de lengua en disconformidad con el sabor de la comida que se acaba de hacer.

 

            Durante el día, cuando ellos no están, recorro la casa con más lentitud, mis movimientos se debilitan igual que mi estado de ánimo. Observo todo y hago planes de mejorar, me prometo a mí misma ponerme las hacerme responsable, dejar de dejarme estar: Mañana voy a ordenar los libros y las fotos, pienso mientras miro los libros y las fotos de la biblioteca, Mañana voy a cambiar los muebles y los cuadros de lugar, pienso mientras rozo con el dedo un vértice del cuadro donde se acumula polvillo y  se desliza hacia un costado quedando torcido, asimétrico como mis días, Mañana voy a regar las macetas, pienso mientras las plantas se descascaran a mí paso lento, Mañana voy a acomodar la ropa en los armarios pienso mientras miro mí ropa toda esparcida sobre la cama. No entiendo ¿Quién sacó todo ésto? ¿Por qué no recuerdo la textura de las cosas?  Esto tiene que cambiar. Pienso en hablar con ellos esta misma noche durante la cena.

            Por la noche mientras ella cocina, le hablo al oído, calma. Tenemos que hablar. Se estremece, un plato cae al suelo y ella tiembla y llora. Él acomoda como al pasar el cuadro que yo movi en la mañana, lo endereza. Fui yo, le susurro también a él buscando no alterarlo y se sobresalta cuando deslizo mi mano sobre su hombro. Mira largamente el cuadro, se agita y finalmente  suspira. Va hasta mi habitación y acomoda mis zapatos en una caja grande y hace lugar en mí cama, corriendo y acomodando mi ropa en una bolsa. Intenta ayudarme a su manera. Se tira en la cama boca arriba y se queda mirando el techo. Me acuesto a su lado y mascullo un Gracias muy tímido y él vuelve a sobresaltarse. Salta de la cama, dice ¿Por qué? Hijo mío. cómo por qué, no entiendo,  antes de que pueda contestarle se tapa los ojos y repite ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

             Cenan juntos y yo decido postergar la charla hasta mañana. Me quedo tirada en mí cama. ¿Qué es lo que hago tan mal? Doy vueltas, primero en la cama intentando conciliar el sueño y después por la casa, igual que durante el día pero más animada, más liviana, más veloz. Por la madrugada los sonidos de la casa se apaciguan y se amontonan imágenes en mí cabeza y en el patio se amontona la hojarasca, en la cocina los platos y en la heladera la comida, rancia. Ellos duermen en sus camas con la ropa puesta y las sábanas revueltas. Escucho sus respiraciones pausadas a veces, la tos de ella otras, los resfríos de los dos casi siempre.

            El gato se restriega en mis piernas mientras intento lavar los platos pero no hay suficiente presión de agua, los dejo. ¿Por qué el gato está tan frío? Me cuesta dormir, doy vueltas por la cama y doy vueltas en la casa de nuevo. Bajo a la sala y soplo el polvo del taburete para esparcirlo, lo hago girar a velocidad para que termine de salirse la tierra con la sacudida. Me siento al piano. No recuerdo ningún tema así que apoyo las manos sobre las teclas, respiro profundo y toco suaves sonidos sueltos al principio, después me entusiasmo y golpeo con fuerza los acordes con los dedos contra los blancos y los negros y los martillitos contra las cuerdas. Ella se despierta sobresaltada, ¿Otra vez? grita. Los escucho levantarse y hago silencio. Ellos se asoman por el hueco de la escalera. Miran el piano o a mi, desde allá arriba. Ella llora, él la consuela. Murmura algo, una pesadilla o volvamos a dormir… no sé, no entiendo. Intento decirles que me disculpen, que ando rara desde el accidente, que voy a retomar mi trabajo, que voy a estar más activa, que voy a cocinarles mejor, que cuando se me pase voy a lavarles la ropa y tenderla al sol, y que voy a baldear el patio y prender la estufa para que el gato duerma en su puf calentito y ellos también. Pero ellos vuelven a dormir a sus cuartos en silencio.

            Esta mañana se levantaron más temprano que de costumbre y conversaron en voz muy baja sobre algo que no comprendí. Tal vez discutieron ahogando sus garantías sólo para que yo no escuche ¿Estarán enojados porque los molesté anoche? Entran a mi cuarto y espero con ansias que me digan qué pasa, estoy contenta de que todos tengamos la misma intención de hablar pero ellos siguen ignorándome. Juntan las cajas de zapatos y las bolsas de ropa, juntan más ropa en más bolsas, vacían todo en silencio. Después salen al patio y comienzan a barrer las hojas formando una gran pila. Yo quiero agradecerles por colaborar con la limpieza, decirles me mejora el ánimo pero ellos no me escuchan, no me miran, se concentran en la montaña de hojas que luego juntan en una carretilla y llevan hasta el cordón de la vereda. Le agregan un chorro de alcohol y prenden una gran fogata. Entre los dos bajan todas las cosas que embalaron y embolsaron en mi habitación y de a poco van seleccionando lo que van a quemar. La ropa se consume y ellos lloran, les digo que está bien, que entiendo que hace meses que me visto con la misma ropa y que hacen bien en hacer esa limpieza. A partir de hoy, vida nueva, pienso. A partir de ahora todo va a volver a ser como antes, a partir de ahora, voy a comportarme, voy a reponerme.

            El fuego crece con mis palabras y me toma. Grito fuerte. ¿Me escuchan, hijos?  Ellos temen. Me temen. Entran corriendo a la casa, cierran la puerta y me dejan fuera. Escucho que él pone las llaves en la cerradura. Ella pregunta: ¿Ya se fue? Él le contesta: Esperemos que sí.

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