martes, 22 de agosto de 2017

Dios no insiste

           Pirucha; se llamaba Pirucha y eso a nosotros nos causaba mucha risa, mucha. Es que mi abuela, le llamaba pirucha a otra cosa... Lavate la pirucha y cambiate la bombacha -nos decía. Entonces, Pirucha, su nombre, el de la mamá de los tres hermanos que eran nuestros amiguitos de la escuela, era motivo de todo tipo de miradas y sonrojos y carcajadas cada vez que escuchábamos a alguien nombrarla. Ni qué decir cuando la nombrábamos nosotros mismos, los cuatro hermanos compañeros de clase  de los tres hermanos, hijos de Pirucha. En fin, Pirucha sentenció Gracias a Dios soy atea. Y  a mi me cambió el mundo. Lo pronunció sin darle demasiada importancia mientras bajábamos del segundo piso a la planta baja en el ascensor (o descensor en este caso) del hotel romano, donde las dos familias nos habíamos encontrado por casualidad en las épocas que empezaban a escasear los últimos restos de  plata dulce. Tal vez Pirucha había leído esa frase en algún diario, o se le había ocurrido a ella misma y a mi me cambió el mundo. A veces las palabras impactan tan profundamente en la vida de un niño. Una ocurrencia así, hoy día no es ocurrencia, y si lo fuera, en tres minutos se convertiría en meme o en un cartel rojo de facebook re linkeado infinitas veces. Pero Pirucha, en el año 1980, la pronunció cara a cara y frente al espejo del ascensor de Roma, Italia, al cual yo, por mi escasa estatura no llegaba a verme pero sí podía ver su reflejo. La cara de Pirucha: Gracias a Dios soy atea, le dijo a mi madre. Y las dos se rieron el rato que duró el descenso. Tal vez fuera una frase que se podía decir en Italia pero no en Argentina. Por eso la risa. Y por eso a mi me cambió la vida, a los nueve años por  primera vez  comprendí, tuve noción, incorporé el signo lingüístico con su imagen acústica para construir el significante contradicción. 

              A veces intento recuperar la primera vez de todas las cosas. En mi propia persona me cuesta bastante. Cuándo fue la primera vez que me reí de algo. Cuándo comprendí por primera vez la relación entre dos o mas cosas que por su incoherencia o coherencia  provocara en mi la risa.  Cuándo comprendí el humor.

              Recuperar esos instantes en mis hijos me cuesta menos. Recuerdo perfectamente a mi hijo de dos años riéndose a carcajadas frente al televisor mientras el profesor Jirafales intentaba darle clases de inglés al los alumnos de la vecindad del Chavo. Cómo me emocioné cuando comprendí que Ignacio estaba comprendiendo! No es que no se hubiera reído antes de eso. Seguramente. El hallazgo era que comprendía el humor, el signo, sus relaciones. Y verlo disfrutar! Qué emoción la risa franca de nuestros hijos. También recuerdo a Manuela explorando las posibilidades de una pulsera de plástico (esas que entregan al final de los cumpleaños en las bolsitas de souvenirs). Tenía nueve o diez meses. Se ponía la pulsera en una mano, se la sacaba, se la probaba en la otra, Se la sacaba, la miraba atentamente, la sostenía con la nariz, luego se la ponía sobre la cabeza, y luego en el tobillo. Estaba concentradísima. Creo que su pensamiento, aunque aún no tuviera el lenguaje totalmente aprendido, sería  ¿Para qué es esto que me dió mi mamá tan alegremente? Si bien ella no entendía el para qué, fue el instante en el que comprendió la exploración empírica. Fue en ese instante. Y de ahí no paró. Doy Fe. Yo que también gracias a Dios soy atea Doy Fe.

Más tarde, en mi familia primigenia, pasamos a ser cinco hermanos. No es que ella no estuviera con nosotros en Roma, calculo que era una especie de Gondwana y Laurasia repartida en los cuerpos de mis padres que luego, en el año ochenta y tres se llamó Ana. Anita llegó  con  Democracia, junto y justo con Alfonsín y con el Ateísmo incorporado. A los cinco o seis años ella defendía su postura.  Dios no existe le dijo categóricamente a Mariana, la vecinita de enfrente, hija de policías ella. Que reaccionó llorando amargamente: ¡¡ Anita dice que Dios no insiste!!

 Dios no insiste fue otra de las frases  que  hizo reír a mi mamá y a mi, que ya era grande. Volvió a cambiar mi mundo. Es que Dios no insiste, seas creyente o seas - gracias a Él- atea.

Me pregunto si Dios 
tiene contemplado en su programa 
dónde mandar a la gente que 
se muere de repente. 

Me pregunto dónde manda Dios 
a esas almas de gentes que 
ni él esperaba que murieran. 

¿A qué puerta manda a tocar 
a la mujer que fue atropellada 
por un pistero a media mañana? 

¿Qué golpes tendrán que dar 
y en qué puerta
mandará Dios
a los niños que alcanzados por 
una bomba biológica
jugarán  eternamente  petrificados a la pelota de trapo?

¿Podrá a esta altura, Dios, crear
 una  puerta
para la niña violada
 y estrangulada?

Me pregunto si Dios
recupera los instantes 
que yo quisiera recuperar,
si es responsable.










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