jueves, 23 de enero de 2014

511 G

          El día había pasado sin pena ni gloria, un día más en la Tienda de venta de recuerdos de Mar del Plata, con las consabidas conversaciones de la jornada laboral de diez horas, entre dos empleadas de temporada, comunes y corrientes:

Diez de la mañana:
Empleda 1 -Qué carita! Qué pasó anoche?
Empleada 2 (yo) -Jaja! Ni me hables! 

Doce del medio día:
Empleada 1: -Qué calor!
Empleada 2 (yo)- Sí, No se puede estar. Ni me hables.

Dos de la tarde:
Empleada 2 (yo) - Qué calor! Por Dios!
Empleada 1: Terrible! No se puede estar.

Cuatro de la tarde:
Empleada 1: Comiste?
Empleada 2 (yo) -No. Hace mucho calor.
Empleada 1: Andá a tomar algo fresco. Yo te cubro.

Seis de la tarde:
Empleada 1- Qué manera de laburar!
Empleada 2 (yo): Sí. No paramos. 

Siete y media:
Empleada 1: Ya es la hora?
Empleada 2 (yo)- No.

Siete y cuarenta:
Empleada 2 (yo) - Ya es la hora?
Empleada 1- No.

Siete cincuenta:
Empleada 1: Ya es la hora?
Empleada 2 (yo)- No.

Ocho de la noche:
-Ya es la hora?
-Sí.
-Cerramos.
-Sí. Cerremos.
-Qué calor!
-Terrible. Y hoy no paramos ni un minuto!
         
            Todos los empleados tomamos, a la misma hora, tanto a la ida como a la vuelta,  el único colectivo que llaga hasta esos parajes. El 511 G. El viaje es igual de consabido y monótono. Estamos cansados. Sin embargo... 

                   El sonido de la voz de la muchacha que estaba sentada dos asientos  hacia adelante y sobre la izquierda mía,  era penoso. Sus cuerdas vocales emitían un crujido horroroso que me dolía hasta a mí. Ella estaba disfónica y se esforzaba por hablar. Hablaba mucho. Mucho. 

                 Los dos jóvenes que la acompañaban, escuchaban atentos y cuando podían, emitían un tímido ¨¨o una apagada risita.  Ella les relataba lo que le había sucedido en el restaurant aquella mañana, cuando atendía a tres visitantes Cordobeses. Utilizaba palabras que consideraba indescifrables para aquellos mozos, a los que tal vez también estimaba brutos. Así que cada tanto interrumpía la narración con un:  ¿Saben lo que quiere decir? - Y ante el silencio de los mocosos, emitía ceremoniosa el significado de tal o cual palabra que había pronunciado instantes antes. 

              Después de veinte minutos de hablar ininterrumpidamente cambió de estrategia, la invirtió: 
-¿Cómo se llama el pozo, que en el fondo tiene agua, donde tirás un balde atado a una soga, que pasa por una roldana...?
-Aljibe- intervino por primera vez el joven de pelo más crespo y por un segundo me pareció ver mucha luz en la cara de la adolescente, destellos de felicidad, emoción desbordada en la sonrisa. Eran sus brakets, relucientes, sinvergüenzas, se mostraban auténticos, como genuino fue el amor que le brotó del corazón a esa pequeña por aquel imberbe.  

               Al pasar por el Hotel Hermitage, todos notamos que ocurría algo grande. Muchísima gente se amontonaba en las escaleras y había periodistas que se empujaban entre sí para obtener la mejor toma de la entrada. Un encuentro partidario. El chico del cabello crespo sacó medio cuerpo por la ventana y gritó sin tregua:
-Hijos de puta! Aumentaron de nuevo el boleto!! Intendente y gobernador son amigos! Amigochorros!!!!!!!!!!
Yo sentí ganas de aplaudir pero sólo me paré de mi asiento como para cantar el himno, o algo así. Mi sensación se podría traducir a la pregunta: ¿Por qué no son todos como éste pibe? El resto de los pasajeros miraban curiosos y sonreían, hubo comunión. 

               A la altura de Luro y La Rioja, los tres jóvenes se bajaron del colectivo y pude ver que ella, la de palabras difíciles, le tomaba la mano al crespo, como al descuido. Y él, como al descuido también, se dejaba tomar. Se sonreían. Callados. 

Despilfarro de emociones. Derroche de desbordes. Línea G. 


                      
            

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