martes, 15 de octubre de 2013

Paja

         

                Es increíble cómo una buena historia puede desembocar en un pequeño desastre. En las semanas que duró el cortejo todo había estado de maravillas  hasta el momento en que él dijo:

        "Esta es mi casa y ésta: mi cama"
Inmediatamente después se sacó los pantalones y se metió dentro de las sábanas.
      "Te invito a que entres"- agregó.  

                  Sara sintió que la sinapsis cerebral tardó un poco más de lo habitual en   dar respuesta, puesto que no había comprendido bien la información recibida. Tardó lo que le llevó observarse a sí misma, parada ahí, al borde de la cama con la campera puesta, la cartera atravesada a lo bandolera sobre su torso, los libros en la mano. El muchacho se le estaba ofreciendo  de una forma casi cómica y le daba la oportunidad de elegir a ella sola, la forma de tomarlo. 

                Se sacó con cautela la cartera por encima de la cabeza, luego desabrochó sin ayuda su propia campera y, por último, quiso despojarse de sus pantalones. La dificultad con  la bocamanga izquierda  no tardó en llegar. "Me puse tacos hoy" -dijo y se sonrojó mientras luchaba con sus zapatos  que habían quedado enganchados dentro del jean.   Cuando por fin logró separar los lienzos de su pierna sólo pudo pensar en cómo iba  a hacer en la mañana para recuperar el calzado, que ahora había sido raptado, tragado,  por su pantalón elastizado. 

                    Iba a sacarse la remera pero se detuvo; él todavía mantenía la suya puesta y el calzoncillo. "Me quedo con ésto puesto" -le dijo señalando su musculosa mientras con la otra mano se  acomodó la vedetina que se hundía entre las  nalgas...

         La noche se desarrolló conversada. Hablaron mucho, tanto que parecía que ninguno de los dos tenía ganas de otra cosa. Más tarde leyeron párrafos de libros que les gustaban, se contaron películas, anotaron ideas para relatos que en un futuro podrían llegar a co- escribir,  se mostraron cicatrices de la infancia, se contaron sus secretos más ocultos y sus fantasías más perversas.  La luz del día, la otra personalidad de la noche, comenzaba a filtrarse entre la rendijas de la persiana y ellos seguían ahí tendidos. Las hormonas desparramadas en el aire durante tantas horas, hicieron despabilar al perro que se arrimó a la cama con su desnudez,  dejándoles bien claro la diferencia entre los animales y los humanos: su pito erecto blanqueba sin tapujos su deseo:  "Quiero algo, lo tomo, qué más?

        ¨Dormimos?¨-  dijo él repentinamente.
       ¨No.¨ -dijo Sara. Tomó la mano de Román, la apoyó sobre su sexo y ya no se oyó ni una palabra más. 




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