viernes, 18 de octubre de 2013

LA FILA

              La fila era interminable. Nadie podía decir con certeza, dónde terminaba, ni mucho menos, dónde comenzaba. Permanecían en la cola jóvenes de los bien dispuestos, con la alegría del que sabe que le va a llegar su momento, y otros jóvenes no tan entusiasmados, de esos que desde que nacen, alguien los hizo dar por vencidos... Pero, estar allí, esperando, les alimentaba tal vez alguna recóndita esperanza de que sus suertes, sus destinos podrían cambiar. Adolescentes de los contrariados y de los que no, pequeños que están en aquella edad próxima a la adolescencia donde todo se mira  con desconfianza y también  con ingenuidad.   Había, además,  hombres y mujeres adultos. Los que aguardaban solos, se ocupaban prácticamente todo el tiempo de lucir bien. Los que estaban  acompañados por sus hijos pequeños y hasta por sus mascotas, su aspecto no parecía importarles. Más bien estaban abandonados a su espera. Las madres gastaban sus horas de permanencia, distraídas en sonar mocos, cambiar pañales, cantar canciones e  inventar juegos para sus pequeños. 

                    La cola era interminable. Nadie sabía con certeza, qué era lo que obtendría al llegar a  la meta, ni mucho menos, manifestar claramente qué deseaba obtener al llegar. Un anciano, aburría con sus relatos a los muchachos que se alineaban más inmediatamente a él. Acalorado, narraba cuentos de antaño y para que lo siguieran escuchando, cada tanto aclaraba que era la segunda vez que hacía la cola. Según detallaba, en la primera vuelta, la espera no había sido tan agobiante. En aquella época, pasaba el heladero, el botellero, el colchonero...incluso algunos decidían salirse de la cola, los menos, los crotos les llamábamos,  y hacían las veces de payasos. Pero de verdad- agregaba con seriedad- no como estos de ahora... Los mozos, al llegar a esta parte de las peroratas del hombre añoso, escuchaban con la zozobra del que ve cómo rompen el papel que envuelve un regalo muy grande. Esperaban que el viejo develara, finalmente, qué era lo que había encontrado allá, en el origen de esa serpentina perenne. Pero eso no ocurría, así  que aguantaban las calumnias del  ¨matusalén¨, consumiendo drogas que llegaban de alguna otra parte lejana de la fila.

                   La fila era interminable. Nadie podía decir con certeza hacía cuánto tiempo esperaba, ni mucho menos cuánto tiempo más seguiría esperando. Pero nadie abandonaba su lugar.

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