No terminó de decirle que era sorda del
oído izquierdo porque igual él no la escuchaba. Le dijo: "soy sordo del
oído derecho. Así no te escucho." Y ahí nomás Enrico hizo el enroque y
sintonizaron, cada cual con su oído sano. "Somos unos sordos de mierda" -
pensó Lidia mientras Enrico le retrucaba "Mejor ser sordo de mierda
que rengo hijo de puta" y desde ese día ya se quisieron para siempre. No
se separaron nunca más.
Los dos eran feos, y eso era casi la mayor discapacidad que tenían. La
madre de Enrico, que también era bien fea, se lo había dicho una vez:
"Ser feo o negro, en este país... Mejor ser un pobre cieguito." Enrico
y Lidia habían aprendido a compensar el déficit: Un feo ante todo debe
ser simpático. Mucho más compensado está el feo que, además, es
inteligente. Pero la simpatía podría ser un aprendizaje adquirido; la
inteligencia, en cambio, no. Así que ellos eran muy simpáticos, los dos.
Cuando empezaron a noviar todos decían "Ahí vienen la Lidia y el
Enrico" como si se tratara del circo o de la feria ambulante. Es que
eran dignos de ver: Tan feos ellos y tan enamorados.
Cuando se casaron, todos temían que quisieran tener hijos. "¿Qué saldrá
de eso?"- se preguntaban las tías preocupadas y Lidia evitaba hablar del
asunto con ellas porque cuando lo hacía se ponía un poco triste. La
prima María la había querido consolar diciéndole que eso de que todos
los bebés eran lindos era una mentira grande como una casa. "Los bebés
se ponen lindos a partir de los dos años y para esa época las tías capaz
que ya están ocupadas con algún otro bebé de la familia y ni se enteran
de qué tan feo es el tuyo" Lidia se entristeció un poco más.
"Una mezcla feliz" sentenció la tía Berta después de salir de la
maternidad y todos respiraron de nuevo y se animaron a comprar
escarpines e ir a visitar "al nuevo" sin temor a que no les salieran las
frases de rigor. Pero esta vez las frases eran tan auténticas que
parecían una exageración: "Qué belleza", "Qué hermosura de bebé", "Es
precioso" " ¿A quién habrá salido"- todos se preguntaban ensimismados.
"Los milagros de la genética"- dijo el cuñado de la María que era el
único que tenía primaria completa y todos consideraron que sí, que el
bonito Pedro era un milagro.
Sus padres le habían explicado que quedaron petizos por dos problemas
diferentes. Ella por mirarse mucho al espejo, él por hacer el pecado en
soledad. Así que Pedro no se miró nunca al espejo, nunca; y nunca se
tocó esa parte a no ser que fuera para higienizarse. Y creció mucho.
Alto y hermoso era Pedro y no lo sabía hasta el día que la viuda de
Perez lo interceptó en la ochava, lo metió para adentro de su casa y más
para adentro, en su pieza, lo paró frente a un gran espejo y mientras
le sacaba, febril, toda la ropa le dijo: "¿Así que nunca te miraste?
Mirate ahora, mirémonos los dos". Y eso hizo Pedro: se miró por primera
vez y se enamoró de sí mismo, tanto, tanto, que no le importó hacer el
pecado en soledad, mientras se miraba al espejo y la viuda gemía -febril
también ahora, pero de bronca porque a ella ni la tocó.
Pedro, a los trece se vio al espejo por vez primera y el
espejo le devolvió belleza e inteligencia. Vaya a saber uno el porqué
de las cosas, a Pedro con la certeza de su hermosura, le vino también la
destreza del intelecto. Fue por aquel entonces que empezó con los
juegos de palabras y las originalidades lingüísticas. Así creció,
amándose a sí mismo y a sus ocurrencias.
Hombres y mujeres se esforzaban por igual por agradarle en
alguna forma, o simplemente por estar cerca de él, como si creyesen que
eso les iba a contagiar alguna de sus virtudes, ya sean las estéticas o
las del entendimiento. Y él estaba a sus anchas, pronunciando discursos,
profiriendo oraciones - palabras sueltas e inconexas para la mayoría -
y todos reían a su alrededor como si comprendieran.
A los veinticinco se cansó del pecado en soledad y se buscó
una novia. Le costó encontrarla sólo lo que tardó en ir desde su casa
hasta la casa de la elegida. Rocío, sin ir más lejos, tardó en dar el
"sí" sólo porque creyó que Pedro le estaba haciendo una broma de mal
gusto. Después comprendió la propuesta y por fin dijo "Bueno, seamos
novios si querés"
A primera vista hacían una pareja realmente bonita. Ella
siempre se esmeraba con vestidos, zapatos y alhajas que, sin bien no lo
igualaban en preciosidad, le daban guapura y elegancia. Pero cuando en
las reuniones él se ponía a hablar (ahí se mostraba la hilacha de la
pareja), él acaparaba todas las miradas y todos los oídos: como siempre.
Rocío estaba fascinada, deslumbrada con su " Pedro el
agradable" y empezó a darse cuenta que en realidad no era su sublimidad
física o intelectual lo que le gustaba, sino las confluencias. Porque
Pedro hablaba mucho y hacía análisis originales de todo pero finalmente
cansaba con sus rarezas y extravagancias. Definitivamente a ella le
gustaban las confluencias porque secretamente sabía que a ella se le
habían ocurrido primero. Clandestinamente, empezó a enamorarse de sí
misma y de sus insólitas, singulares ocurrencias. Esperaba a la noche, y
en la tibieza de la cama le contaba a Pedro sus ideas únicas.
Pedro y Rocío, a los treinta y dos empezaron a salir menos.
Les bastaba con mirarse mutuamente y escucharse.
Tuvieron tres hijos inteligentes, graciosos y normales como cualquier
hijo de vecino. También, ya mayores, tuvieron una hija, Mercedes, medio
loca pero con la suficiente inteligencia como para caer siempre bien
parada:
“Yo lo leí hace poco, en letra de otro –se le escuchaba contar por
milésima vez a Mercedes- pero es lo que pienso desde que me llaman
"Mecha", o sea desde que nací (o desde que estaba en la panza de mi
mamá, porque mi nombre es Mercedes pero ella ya me nombraba "Mecha"
desde afuera y me hacía escuchar música apoyando la radio portátil en la
barriga "para que Mecha se relaje" -me contó, no es que yo pudiera
escucharla en aquel entonces- y me ponía la 4ta de Beethoven o la 5ta,
o la 8va- cualquiera que pasaran ese día por la radio fm clásica.
Después nací, medio sorda. Mi mamá dice que es hereditario, que soy
"tapia como la bisabuela Lidia" pero yo creo que fue Beethoven.) Leí que
el nombre con el cual lo llaman a uno, lo encausa para todo la vida. Y
es cierto. Justamente lo leí de letra de Conti que se la pasó contando
todo lo que pudo. Al traumatólogo de la abuela le dicen Dr Torcivia (lo
de Doctor le vino después pero nació con el "Torcivia", que es su
apellido) También tengo dos amigas que se llaman igual de nacimiento
(María Soledad) pero las nombran distinto: A la que quedó sola siempre
la nombran "Soledad" a secas, mientras que a la otra, que ya lleva tres
matrimonios y una carrera exitosa la apodaron "Sol". Los ejemplos
sobran, está Borrajo, el cafetero, Maffia, el abogado de la esquina,
Grassi, la empleada de la peluquería donde mi prima se corta el pelo,
Paniagua, el oftalmólogo (todavía no sé que relación tiene con su
profesión pero es gordo y muy dedicado). Y estoy yo, también, que me
llamo "Mecha" y que podría haber sido la unión de algo, el atajo, la
fusión, cohesión, adherencia, nexo, vínculo, trabazón, mezcla, amalgama,
soldadura, aleación, agregación, amasijo, empalme, junta, articulación,
acoplamiento... No, en mi familia siempre me nombraron M´echa (supongo
porque es esa forma como pronuncian los italianos, con la M afectada y
separada del resto de las letras, aunque en mi familia, italianos no
somos). A mi no me echaron de muchos lugares, pero calculo que por ahí
fue que encausó mi nombre. Una vez me echaron de un trabajo. Le dije a
la Sorreta - jefa ella- "sos un sorete Sorreta, autoritaria del orto".
Ella después me pidió cortésmente que firmara un apercibimiento y un
"metete mi último sueldo y el apercibimiento en el culo" salió de mi
pecho como si hablara otra. En ese momento Sorreta decidió que mejor "te
echo, Mecha". Pero no sé si me echó realmente o me fui por propia
voluntad. Otra vez me echaron de un coro. El director: Safetti. Y se le
notaba. Es que él habría formado un coro para esconder su frustración
como cantante solista, pobre. Un día me llama y delicadamente me dice
"Mecha, tendrías que hacer una consulta con el otorrinolaringólogo, una
audiometría..." No lo dejé terminar de hablar: "Este coro es una mierda
y suena para el carajo"-le dije a Safetti también delicadamente y me
fui, por decisión propia. Hoy lo eché a Completo, así lo nombran a mi
marido. No es la primera vez que lo echo, debe ser la decimocuarta. Al
principio no lo echaba, más bien le sugería la partida "Completo: ¿no
preferís estar solo?" Y Completo se quedaba. Después la persuasión dio
paso a la súplica "Completo dejame, por favor" Completo se quedaba. A
lo último fue ira, enfado violento, cólera "¡Andate Completo!" -le dije
hoy mientras le tiraba con toda mi artillería de cosméticos compactos.
"¿Me echás, Mecha? Mi amor, cómo me gusta cuando te enojás"- me
contestó Completo y se quedó.
Se quedó completo- como un ángel guardián, cuidando de las locuras de
Mercedes y de Irina, su única hija mujer. A sus hijos varones los dejó
criarse solos, como corresponde, “para que se formen fuertes, como debe
ser un macho”
Irina llegó hasta Segundo Grado Elemental Insuficiente. Un lunes de
escarcha, la Sra. Directora de Lapoctó puso su capa de piel sobre los
hombros de Irina y le dijo: "te la regalo". Fue aquel día, que Irina con
sus siete años, comprendió que la Señora Directora no la aprobaba pero
la quería. Entonces Irina empezó a tomarle cariño y guardó la capita
hasta el día de su muerte.
Hermana de cinco varones, Irina irradiaba femineidad pero pensaba como
hombre. Aprendió sola a leer y a escribir y también pudo resolver
cálculos cuando tuvo que empezar a hacer las compras para la cocina. A
los trece años conoció a Paco, lo vio y le dijo: "vos te vas a casar
conmigo". Y así fue. Un año después Paco e Irina vivían en No Santo
Matrimonio porque ella (de padres anarquistas) decidió que sólo se
casaría por iglesia cuando el matrimonio cumpliera, por lo menos,
cincuenta años: A los sesenta y cuatro años, Paco e Irina se casaron en
Primeras Nupcias en la Basílica de Santo Domingo para agradecerle a Dios
todos esos años de felicidad.
La felicidad de ellos había consistido en criar dos hijos varones, los
que ella quiso tener - porque a los otros bebés se los hizo sacar por su
prima Mirtha, la partera. Contaba sus abortos tan orgullosa como cuando
mostraba su dentadura postiza: "Un día fui al odontólogo y le dije:
sáqueme todos los dientes. Y me hice ésta" Y acompañaba el "ésta" con
un movimiento mandibular que le dejaba las encías al desnudo y los
dientes sobre la mano. Nosotros, sus nietos, nos desparramábamos de la
risa y le decíamos "de nuevo, de nuevo"
La abuela Irina estaba operada de todo. No es que fuera una persona
enferma; sucedía que sólo iba al doctor cuando "las tripas le salían
para afuera" Le faltaba el apéndice, la vesícula y una porción del
intestino delgado. Los órganos que le quedaban estaban sujetos por
elásticos porque había sufrido prolapso. También la habían operado de la
vagina (era una palabra que nosotros no conocíamos, así que decidimos
que era algo relacionado con los enseres domésticos por su parecido con
la palabra “vajilla”, que ella usaba tanto en días de Navidad)
Irina llamaba a uno de mis hermanos Piernucha, aludiendo a su portentoso
pene. "Piernucha, como tu padre y tu tío", le decía con un gesto
pícaro, como si comprendiera que la genética de este fenómeno había
tenido que ver con su parentesco y al fin con ella.
Mi abuela quería a todos sus nietos por igual, pero tenía predilección
por Ornella, que soy yo. A Ornella, de bebé, nadie la soportaba porque
lloraba mucho y regurgitaba con demasiado olor a yogur. Irina se la
llevaba a su casa, la sentaba en una lata de galletas sobre la mesada de
la cocina y le contaba historias. La abuela Irina se sentía feliz de
ser la única que podía hacer callar a Ornella. Y yo aprendí a quererla
más que a nadie en el mundo. Arriba de esa mesada también aprendí a
hacer merengues, rosquitas dulces, bizcochuelos marmolados, tartas de
uva- todo a ojo, sin receta "porque los postres para mis nietos los hago
con amor y sólo con amor se aprenden a aprender a hacer"-me decía.
"¿Qué son esas rayitas que tenés en la cara?"-le pregunté un buen día
que apenas empezaba a hablar. "Se llaman arrugas" -me dijo y yo pensé
que era algo que sólo ella atesoraba. Y cuando podía le acariciaba la
carita, blanca, suave y con arruguitas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario