lunes, 8 de julio de 2019

Cardinales

         A los 6 años mi papá me regaló una bicicleta. Aprendí a andar ese día. A los 10 le dije a mi papá que a los 15 quería  que me regalara  una moto. A los 14 y 1/2  te doy una paliza, me contestó. Y a los 14 me la dio.

        A los 12 me indispuse por primera vez, me hice señorita y al contrario de todo lo que me cuentan otras mujeres no fue traumático ni por un segundo. No me dolió absolutamente nada, nunca y estaba fascinada con la novedad de mis tetas, tan enormes de repente. Chiquitita pero fuerte, te caés  para adelante y  sos pechosa fueron los primeros tres acosos callejeros que escuché en mi vida. Bueno, eso no fue para nada fascinante. Tampoco lo fue ver el pito de un exhibicionista cuando a los 16 iba caminando para la escuela a las 7 de la mañana, ni la paja que se hizo otro tipo en mi hombro en el colectivo. Era altísimo. Eso  te pasa por llevar el jumper  tan corto dijo mi mamá y a partir de ahí me puse pantalones. El director del colegio me llamó a la dirección. Te vamos a poner una falta por cada día que ingreses al colegio con pantalones. Tenés que usar el jumper, me dijo.  Ese año me quedé libre. Rendí todas las materias en diciembre y en bermudas porque para pantalón largo hacía calor.

           A los 12 años me daban 15 y a los 15, 18. Eso me permitió entrar al Casino a ganar un montón de plata en el tragamonedas que más bien, me las vomitó. Con los bolsillos llenos me fui directo a comprarle un regalo al chico que me gustaba y a su mejor amigo (quien me lo presentara dos años antes): Un libro titulado "La historia del rock nacional" y un Volswagen de juguete, respectivamente.
A los 19 me fui a vivir con el chico que me gustaba, armamos nuestra primera biblioteca y a los 23 tuvimos nuestro primer hijo. Nuestro mejor amigo se apareció en la clínica con un regalo: el Volswagen. Si no le hubieras ganado al tragamonedas tal vez nuestras vidas hubiesen sido otras. -dijo.
No entendí bien si era una alegría, una decepción o un deseo. Después alzó en brazos a nuestro pequeño que sonrió por primera vez. Yo parecía de 18 de nuevo. A los 26 caminaba por la calle con mi primogénito y la gente me preguntaba la edad de "mi hermanito" y él, mi hijo, inmediatamente decía: soy su hijo. La gente se quedaba maravillada de que un niño de dos años hablara tan bien. Parece un señor, decían. Y vos.... Qué jovencita.

          A los 29 parecía de 24, y nació nuestra segunda hija. Con los dos niños a cuestas muchas veces me decían señora, y me miraban con cierta pena, como pensando "tan joven y con dos criaturas, ya."
A los 36 parecía de 30 y a los 40 de 36. Sin embargo no me sentía ni de 35. Ni con todas esas crisis que tienen que pasarle a una mujer de 40, ni mujer. No era un conflicto con mi género, no mal interpreten, era sólo que más que mujer me sentía una adolescente. Y me comportaba como tal, atrapada en cuerpo no tan de adolescente pero pequeño,  situación que a algunos les pareció inconveniente y a mi esposo, problemática. Así que hicimos cuentas para resolver la "situación problemática" y nos separamos.

       Trabajé de muchísimas cosas aunque para mi marido nunca trabajé. Te deprimís porque no hacés un carajo me dijo un domingo. Después tuvimos sexo como todos los domingos. En otras épocas habríamos hecho el amor pero para ese entonces eso ya se había terminado. Unas ropas sin planchar, un par de camas sin hacer y hornallas chorreadas de leche quemada no eran indicativo de su acusación ¿Cómo podría saber él, que trabajaba de 6 de la mañana a 9 de la noche, todos los días de la semana, excepto los domingos, si yo hacía uno, dos o tres carajos ? Los domingos se quedaba en casa, tomaba mate, leía el diario, miraba el partido y tenía sexo conmigo. Eso era trabajar para él.
Como para no deprimirse.

         Antes y despuès  de los 36, trabajé de muchísimas cosas -muchísimos carajos hice- desde Baby siter hasta verdulera en un supermercado chino, pasando por maestra de cuarto, primero y séptimo grado -en ese órden- fui también secretaria de un médico, encastradora en una fábrica de portaretratos, encargada de la parrilla "Qué hay", directora de un jardín de infantes y coordinadora artística de un bibliomóvil. En ese órden o en cualquier otro. Mi paso por la verdulería del supermercado chino me agarró a los 47 cuando parecía de 44 y tenía mucho talento para cualquier otra cosa. Lo que no tenía era trabajo, eso sí. O eso nó. Con acento así: nó. Lo que  tenía era  un novio motoquero de 60 pirulos. Hacíamos buena pareja según comentaba la gente en las redes sociales. Teníamos facilidad para actuar la sonrisa para la foto. El motoquero de 60 parecía de 54 pero gruñía siempre como un oso de no sé cuántos años  y era muy celoso. A veces cuando yo le gruñía a él, me dejaba encerrada en la casa unos días, para que te calmes, decía. Así que cuando me ofrecieron dar clase en una cátedra de Universidad de Arte  él me convenció de que eso no tenía futuro,  me gruñó como seis o siete osos juntos y heridos y me instaló la verdulería. En ese momento tuve 63 años, lo recuerdo bien. Siempre tenía frío y me dolían los huesos. A los tres meses de atender la verduería me di cuenta que lo que no tenía futuro era nuestra relación. Tardé un poco, sí, "Sí" con acento también. Así que intercambiamos unos cuantos insultos y nos separamos. Yo parecía siete fieras. Le gané al oso celoso. Volví a tener 47 pero ahora parecía de 42. 
                Entre los 47 y los 48 no tuve sexo ni ún sólo día, así con acento en la úh... ¡úh! y engordé 10 kilos. Tenía miedo.  Parecía una señora de 50 de esas que están  unidas en matrimonio hace 20 años y salen a cenar con sus cónyuges  y no hablan durante toda la cena o miran a las parejas de otras mesas o las tevés que cuelgan en dos de las cuatro paredes del restorant. Esas gordas cornudas parecía. Pero estaba sola y deprimida pensando en que 50 años es una buena edad para morir. Pero tenía que esperar. No tenía 50. Así que decidí esperar gastando todo mi dinero en libros y en clases  de todas clases: desde origami, hasta bandoneon  pasando por armónica, ukelele macramé y seminarios de folosofía o de urbanismo, natación, yoga y coctelería. Sobre todo coctelería. Cuando me cansé  de los cursos y los cócteles me metí en la cama a leer y no salí por mucho tiempo.  La lectura me retenía en la cama y me hacía  olvidar que a determinadas horas del día se debía ingerir alimento. No estaba mejorando pero bajé los 10 kilos y más, porque también  me la pasaba llorando y eso te adelgaza. Un día decidí levantarme. Otro día que andaba levantada me agarró un eclipse. El día del eclipse ya lo conté muchas veces. Fue una noche de febrero en la terraza de un bar que daba al mar. La luna me daba en la frente. Te va a hacer mal, me dijo mi ex marido que por no sé qué motivo estaba sentado al lado mío. A mi me importa un carajo, le contesté a lo que veníamos hablando, (no a su último comentario), me paré tiré al piso todas las botellas vacías  que habíamos tomado y me fui a correr por la arena. No sé bien qué influjo tuvo sobre mi edad esa luna, o esa corrida, o ese día que revoleé las botellas pero cumplí 49 y casi que parezco de esa edad. Ayer me dieron 45 y los devolví, no quiero cargar tantos años ¿para qué? Con 49 y pareciendo de 49 me siento liviana  y me comporto como una mujer de 28. No sé si está bien o mal pero en un par de meses cumplo 50 y quiero vivir hasta ese momento lo más intensamente posible.

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