domingo, 8 de febrero de 2015

Balance (31/12/2006)

           Cada año, el último día del año, hago un balance de lo que fue. Estadísticamente los años vinieron aparejados: uno de cal, uno de arena, sólo que los de cal fueron terriblemente más pesados y más largos que los de arena.
          Hoy, hago un balance de este año que se termina y me encuentro con un desvío no muy standard: tenía que ser un buen año, uno de arena. Sin embargo no fue tan de arena. Tampoco se repitió un terrible desierto de cal. Termino el año sumergida en lo que siempre quise (lo mio es puro teatro) pero habiendo tenido que pasar por interminables enrosques de mi cerebro que me hacían creer que mi dirección debía ser otra, ¿la equivocada? (cómo saberlo? una vez que uno toma la decisión, nunca sabrá qué podría haber sido si hubiera tomado otra. Uno nunca sabrá si las cosas hubieran cambiado nuestro destino de haber corrido otra suerte, o si hubiëramos tenido otra suerte de no haber seguido tal o cual destino.  Imagínense qué hubiera sido de Cenicienta si no hubiera perdido el zapatito) 

             Entre tanto mi abuela decidió irse y yo estaba sumida en mí misma, con poco dinero y demasiado trabajo no pude llegar a despedirme. Seguí trabajando. Unos meses más tarde decidió irse la madre de una buena amiga. Necesité estar con ella; lloré a su madre -a la que nunca había conocido-como si fuera la mía, o mi abuela.  Esos fueron tiempo duros. Con mi abuela, y la madre de mi amiga, vi alejarse a mi amiga. Dejé todo y seguí trabajando. 
              Un tiempo más tarde, me sentí aliviada cuando una desconocida me llamó para compartir escenario. Surgió una gran amistad. Luego me llamó otra, y también acepté su amistad y su escenario. Y empecé a dejar de trabajar. Milagrosamente, se redujeron mis problemas monetarios.  Y dejé otro trabajo. Y me animé a volver a aquello que había abandonado. Luego, un mensaje de una desconocida; me invitaba a escribir junto a otros. Acepté gustosa la invitación y la amistad de todos ellos.  Y escribí y dejé otro trabajo. En octubre, pude finalmente ir a despedirme de mi abuela. No la encontré.  Me sorprendió una habitación sin cama, ni mesa de luz. Una biblioteca armada a la ligera y un televisor en medio  de cuatro paredes vacías para disimular, para tapar el abandono que dejaron ella y sus muebles en el espacio. Abracé a mis hermanos que no veía hacía tiempo y a amigos que no abrazaba hacía más de veinte años. 
Estábamos todos, iguales y felices de encontrarnos. Fue una fiesta.  Conversamos banalidades, sentados en esa extraña habitación casi vacía pero llena de ella. 
                 De regreso a casa, en el micro, sentí que este año que me estaba sucediendo no era un año más, sino el comienzo.

Abuela: Gracias por todos estos años. Ahora tengo que empezar a vivir sin vos. 

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