viernes, 22 de agosto de 2014

Falacia inocente

                    Robar:  acción donde un otro se apodera de algo ajeno, sin el consentimiento del dueño, por lo general  usando la fuerza o la intimidación.  

Robar está mal. Categóricamente. No hay justificación posible. Punto.


                    Cuando tenía siete años, se había puesto de moda un juguete: una pelotita saltarina que rebotaba como loca. Mi papá me regaló una y yo ese mismo día la llevé al colegio; en el tercer rebote vi como Gastón Dacheca, hábilmente, la tomaba en sus manos y la metía en su valija. Se la pedí y, por supuesto, me dijo: ¨Yo no la tengo¨. La buscamos por todo el aula entre todos mis compañeros e incluso, la señorita. ¨La tiene él¨. Ante mi insistencia, la maestra dijo lo que decían todas las maestras en estos casos. ¨No se va nadie, hasta que aparezca.¨
Pero la saltarina seguía sin aparecer. Cuando ya habían pasado diez minutos del horario habitual de salida, la maestra decidió revisar todas las valijas.  La pelotita no apareció. 
Ya en la puerta del colegio, Dacheca me miró y mostrándome el objeto tan buscado, me dijo: ¨Alcahueta! ¨  Y lo volvió a guardar entre sus cuadernos.

                         Una semana después, el mismo Dacheca se apareció  en el colegio con un tubo metálico que contenía en su interior tres pelotas de tenis, preciosas.  Y yo vi mi oportunidad. Durante el recreo, esperé a que todos salieran del aula, abrí el maravilloso cilindro brillante y sustraje una de las pelotas. Gastón ni se enteró. A lo mejor, tener tres pelotas de tenis, o dos, daba lo mismo. Yo había querido cobrarme lo que era mío, seguía queriendo mi pelota saltarina, y no la tenía. La última vez que supe de la vida de Gastón Dacheca, fue a través del diario. Él trabajaba como chofer de transporte de caudales para una empresa de seguridad y en la nota, contaba que un grupo armado había interceptado el vehículo y robado unos cuántos millones. Gastón era el único sospechoso.


                              Otra vez, en cuarto grado,  robé del botiquín del aula dos aspirinetas y me las comí. Me encantaban! No pude con la tentación de saber que estaban ahí hacía mucho tiempo y que no se las iban a dar a nadie porque no se podía medicar a los alumnos sin autorización. Así que yo me autoricé sola. Como no pude con mi culpa, le conté a la maestra, que me dijo: ¨Que no vuelva a suceder. Te puede hacer mal¨ Lo dijo por las aspirinetas pero yo creo que también se puede aplicar al pequeño hurto. Mi hija es alérgica a la aspirina y todos sus derivados. Cada vez que tiene fiebre (que por suerte son pocas) recuerdo esta historia.



Como dicen algunos: todo vuelve.

                          Cuando un ladrón toma lo que no le pertenece, nos indignamos, nos asustamos, o nos conformamos pensando ¨Por suerte sigo vivo¨. Habría que pensar también ¨por suerte, tengo trabajo, casa, gas, luz, comida, teléfono fijo y celular , internet, wi-fi... y puedo pagarlos. Esto no justifica a quien nos roba pero tampoco lo hace enteramente responsable de sus actos. Sabemos que la mayor parte de la culpa la tiene el sistema. Y el sistema somos todos nosotros. Todos.

                                   Cuando pienso en el robo de niños, de vidas completas, de generaciones de identidades enteras, sé que existen responsables con nombre y apellido.

                                Volviendo al razonamiento anterior,  podría esperarse que para aquellos que se ven ´obligados¨a robar por culpa del sistema (por hambre), les vuelva un país donde los bienes (tangibles e intangibles, económicos y social-culturales) se distribuyan alguna vez de forma equitativa, y para los otros, los que robaron mucho, mucho, les vuelva un castigo proporcional a su robo. 












2 comentarios:

  1. Maravilloso!!! Yo comía las aspirinetas como caramelitos del botiquín de cuarto grado. Estaba al fondo del aula, en un mueble horrible. En mi casa eran bastante abiertos con el tema. Siempre hubo en la cocina una banqueta donde estaba la "caja de los remedios", originalmente caja de zapatos, luego un tupper enorme. Muchos estaban vencidos, había remedios para todo y creo que fue el inicio de mi adicción farmacológica, algo así como un mandato familiar. Yo nunca le conté a la maestra que me comía las aspirinetas ¡Boba! Te ganaste ese edificante consejo y perdiste la posibilidad de lo que podría haber sido una brillante carrera delictiva.

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