miércoles, 21 de octubre de 2020

POR LAS RAMAS

Uno no dice las contraseñas de sus cuentas, 

no porque sean secretas, 

sino por lo bochornosas. 

Uno las oculta, 

como a la foto del DNI

como al segundo nombre de pila

como al dolor del porrazo en público

como a la mancha de mate 

en la remera recién puesta

como al agujero del zoquete

al bretel descosido del corpiño

como a la inestabilidad,

al desequilibrio cuando se ha bebido de más;

como a la decisión 

de haber mandado el primer mensaje, 

la primer mirada, 

de haber dado el primer paso 

o de haber sido rechazado antes de poder dar el segundo,

o ignarado después de haber dado todos los pasos. 

Ocultas - las contraseñas-

como la pregunta que quisieras hacerle 

pero que guardás muy profundamente, 

aunque tu mirada sea, 

una inmensa e incontrolable, 

notable e incontenible,  

certera e inconmensurable declamación 

de eso, (tan innombrable

secreto  y bochornoso

que buchonea todas 

las señas)

 tu alma.

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