miércoles, 11 de septiembre de 2019

Ayer

                 Mientras me emocionaba escuchando el mensaje de mi amigo Flores que vive en Francia hace ya dos años, también escuchaba el timbre y abría la puerta de casa. En el celular vibraba cálida la voz de Flores: "Oli, me enteré lo de tu amigo. Me encantaría estar allí para abrazarte. Me imagino còmo estaràs." Segundo después -o casi en el mismo exacto segundo abrí la puerta y como una alucinación vi parado en el zaguán al mismísimo Flores. Al grito de un sapucaitado "¡¡Mi negro interesante, estás acà!!", abrazos y varios saltos en cuatro patas -nuestras piernas enredadas- como los gatos cuando se asustan y rebotan cuatro veces en el mismo preciso lugar con los pelos erizados. Nosotros también nos erizamos pero de alegría. ¡¡Olalà!! Olalà!"
-Agarrà lápiz y hojas porque todo lo que tengo para contarte es plausible de ser escrito.- me dijo pero la que no paró de hablar por tres horas fui yo. La pelea, la luna que me salvó, el día de la fiesta aquella, los ojos enamorados del muchacho que me enamora, las dudas que tengo, los textos que leí, todo los que lloré el otro año, todo lo que ya no lloro, mis hermanos, mis hijos, mi viaje, la alegría de que estés acá ahora.
Tomamos mate, comimos pizzetitas, nos reímos a carcajadas. Después hubo que hablar de lo inevitable: yo de la pérdida y él del reencuentro con su familia, la otra. Lagrimeamos un poco.
Hace dos años que no nos veíamos pero él siempre está muy presente gracias a la tecnología -tengo que reconocerlo aunque me pese. Largas conferencias hemos hecho a horas disparatadas para uno u otro, con esa diferencia horaria que no puede con nosotros. -¿Allá que hora es? - No importa, estamos los dos despiertos, no perdamos tiempo, contame. Y ahí no más, interminables conversaciones, cara a cara a 11.307 km., esas conversaciones que terminan cuando a los dos se nos hace tarde para salir corriendo o pedaleando al trabajo. Por la pantalla conocí a su pareja, un francés muy afrancesado -eso es posible, ¡yo los conozco!- que cruza por detrás de él llevando algo a la mesa que está ahí no más de ellos y a más de once mil kilómetros de . Y Flores le dice algo precioso que podría ser "Che, no chismees mi conversación" pero yo no entiendo francés y me parece que le habla de amor. El francés se asoma a la pantalla y me mira curioso, me sonríe, sabe de mi tanto como yo de él, de ellos.
La escena se repite ahora, "pero al revès" (dirìa Tacirupeca) . Flores llama al francés y le habla en francés. Yo pongo una cara que no bien cuál será pero ambos se ríen mucho. Me encanta escucharlos queriéndose. Adivino que le avisa que se va a quedar un rato más, que no terminamos de ponernos al día, o a la noche (No qué hora es acá, ni allá -le estará diciendo. Yo tampoco . Lo único que quiero es que no termine) Tomamos , le leo chats viejos y queridos con mi otro amigo, el que ya no está. Se incomoda. Le muestro la foto de mi marcianito, èl dice "Se le nota en la cara que es pijudo." y de la risa que me dá pateo la computadora y se apaga todo. "Me tengo que ir" Un silencio inmenso cruza todo. "Tengo un libro tuyo y lo quiero regalar. ¿Vos qué preferís? ¿Se lo doy a la persona que quiero o a una persona influyente que lo pueda mover?" Yo entiendo en sus palabras "...la persona que quiero" es la persona que quiere en la acepción de amor. Dáselo a la persona que quieras -le digo (pensando en lo hermoso de que quiera regalarle el libro a la persona que ama) Vacilo, tal vez me está diciendo "la persona que quiero" en su acepción de antojo, la persona que se me canta. Repito con una variación que despeje todo duda: -Rregaláselo a quien querés.
-Bueno. -Tengo los poemarios, tambièn. -¡Me los llevo! Bajamos las escaleras, saluda a mi hija. Conversan un rato. Tardamos otra hora en llamar al remis por la falta de carga del celular, la falta de número de contacto confiable, la falta de cable para enchufar, la falta de ganas de despedirnos. Finalmente llega el remis. Seguimos conversando hasta el momento mismo que cierra la puerta de atrás. Flores queda dentro del vehículo, yo parada en la vereda sigo hablando. El remisero está confundido, no sabe si preguntar a dónde te llevo o decirle cuánto va a tener que pagar por la espera. Nos mira sonriente e impaciente. -¡No nos sacamos ni una foto! -le grito a través del vidrio. Flores abre la puerta de atrás, yo sumerjo mi cabeza y nos abrazamos. Miramos la càmara, nos reìmos en el reflejo, miramos la foto recién tomada, nos reìmos en la imàgen, en el reflejo, en el alma.
-Antiojito y Antifaz - digo.


El remis comienza a avanzar. Lo veo alejarse. Me quedo parada ahí, tomando frio. Se pierde a los lejos, en la esquina que dobla la avenida. -¡No te di los poemarios!- le grito.
Entro a casa y rápidamente tecleo el celular. -Tengo tus poemarios. Ojalá puedas pasar a buscarlos antes de tu regreso a París.

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