jueves, 25 de febrero de 2016

Mi comentario

¨Ten como norma no dar a un niño un libro que no leerías tú ¨

En agosto del año pasado me sucedió lo siguiente: Yo daba clases de Apoyo Escolar en los recientemente desaparecidos PEBA (Programas Educativos Barriales), en la Sociedad de Fomento Belisario Roldán (¨la otra Mar del Plata¨ le decía yo, porque es un lugar completamente desconocido para los que vivimos medianamente cerca del centro). Para tal fin me asignaron un salón enorme, compartido con otros talleres (de costura y de cocina) al que asistían muchas señoras. El salón se dividía en sub-aulas, con cortinas. Era bastante difícil trabajar con siete alumnos de distintas edades que venían una vez por semana con un atraso escolar de años pretendiendo que en esas dos horas lograra con cada uno individualmente, realizar las tediosas tareas que le encomendaban sus maestras. Igual yo hacía el esfuerzo, y a veces logré progresos fantásticos. Los dos nenes de 9 años que venían no podían leer una sola letra. No podían. Sus cinco cuadernos estaban atestados de fotocopias mal hechas, borrosas y con ejercicios aburridos de colorear la figura o completar la palabra. Siempre me pregunté por qué los maestros se empeñan en pedir cinco cuadernos distintos (uno para cada área, dicen) si en todos los cuadernos hacen exactamente las mismas pelotudeces. En fin. El día de las PASO, yo me presenté a trabajar y los niños no. Me dispuse a cumplir con mi horario (dos horas) aunque no hubiera niños y utilicé el tiempo en ordenar y limpiar la biblioteca (inmensa, con libros de todo lo que se imaginen). Con asombro descubrí que en ese lugar, había también un pizarrón, puertas que separaban ese espacio del salón antes mencionado, que las mesas estaban en mejores condiciones, en fin, que el lugar era mucho más agradable para la terea que yo desempeñaba y que, evidentemente, tenía muy poco uso. Así que pregunté por qué no me asignaban ese espacio. Me lo asignaron; sólo ¨no se les había ocurrido que podía ser mejor¨- me dijeron. Veinte minutos después llegaron estos dos nenes de nueve años, los que ¨no sabían leer, ni escribir¨. Los invité a ayudarme a ordenar los libros. Les dije que agruparan los que eran de las mismas materias: los de matemática, con los de matemática, los de lengua con los de lengua, los de cuentos, con los de cuentos. Los dos niños comenzaron la tarea con un poco de desgano. Luego, a medida que iban mirando los libros para ¨adivinar¨ dónde iban, se percataron de que los de cuentos tenían hermosas imágenes, que algunas palabras podía reconocer, que había libros de cocina y que a ellos ¨les encantaba cocinar¨. Simplemente, su los libros provocaron un interés tal, que hasta sus herramientas cognitivas más profundas salieron a la luz. Estaban leyendo, los dos, uno al lado del otro, divertidos y hasta pavoneándose de ¨saber leer¨. Decidimos buscar recetas que quisieran hacer la próxima vez. Para la clase siguiente, buscaron en la biblioteca el libro, luego la página de la receta. Luego, junto con la coordinadora del taller de cocina, hicimos tortas fritas y una tarta de zapallitos. Para finalizar, escribieron en uno de sus cinco cuadernos, la receta, para poder recordarla y hacerla en sus casas o pasársela a la mamá. Sencillamente se fascinaron con los libros, esos libros que estaban ahí arrumbados desde siempre pero que nadie supo presentárselos antes, a esos niños ni a ningún otro. Es más fácil darles a los nenes la fotocopia de libros de texto obsoletos. O libros de texto con todo masticado, con ejercitación ¨cortada y pegada¨ de a cachos, con información parcial e insuficiente.
Los que quiero decir es que comprendo la frase que posteaste pero que a veces, es preferible darle cualquier libro a un niño, pero dárselo. La única forma de que un niño lea, es dándole libros para que lea. De lo contrario, sería como pretender que alguien aprenda a tocar la guitarra, sin guitarra. No se puede.
Bueno, era eso lo que quería contar.

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