viernes, 19 de abril de 2013

Cosas de niños

             Creo que todo empezó cuando mis padres decidieron anotarme en el Instituto Vecchio de Mar del Plata. A los seis años, pertenecía a un grupete de niños deportistas; todos varoncitos ellos. Y yo. Por alguna machista razón que aún hoy desconozco, en la lista de los presentes mi nombre estaba último- primero los caballeros- y nunca era mencionado.

 -¨Pata Fina¨?- Preguntaba el profesor luego de nombrar a mis ocho compañeros. Yo no contestaba pero era obvio que así me apodaba  y que estaba  presente, justo ahí, con mis piernas de Popotito. 

             También por aquella época, la psicología infantil no estaría muy en boga y a nadie se le ocurrió que  podría darme vergüenza que me hicieran duchar en el vestuario de los niños. Aprendí a desvestirme y vestirme envuelta en un toallón, con la maestría del escapista Houdini. 


            Pese a que a mi no me dejaban usarlos, los lockers del vestuario de mujeres  eran un tesoro que yo deseaba. Se cerraban con un sistema maravilloso: Un dispositivo redondo y numerado por dentro y fuera de la circunferencia, rotaba hacia un lado y otro, creando una clave que sólo podía saber el que lo giraba. Similar al de  las cajas fuertes de los grandes bancos que yo sólo había visto en películas. Un sistema de cierre tentador para cualquier niño, o niña. Y yo, no era cualquier niña.

               No quería ir más. No recuerdo si se lo supliqué a mi madre, el caso es que me siguieron llevando. A lo mejor fue por eso, que como una especie de protesta, comencé a guardar los zapatos ajenos en los lockers que le negaban a los míos y a girar cuidadosamente para cualquier lado la perilla de seguridad. Las claves? Pues nunca presté atención en recordarlas. Así que más de una señora tuvo que regresar a su casa descalza.

               Pero con el tiempo me acostumbré y casi podría decir que le encontré el gusto. Por ser la única en el Instituto, me transformé en la niña mimada por todos. Más de grande, pertenecer a grupetes de varones se me dio con la naturalidad de algo predestinado. No lo busqué. Sólo sucedió.  Hoy fui al médico para que me extienda un apto físico. En la oficina que dice ¨revisación médica¨, un señor con una credencial de Servisa me dijo: ¨Quitate la remera.
-Es necesario?- le contesté ofuscada ya que sólo esperaba que me revisara los pies. El hombre me miró con cara de ¨no voy a ver nada que me sorprenda, soy médico¨. Me saqué la remera. El hombre se sorprendió. Me auscultó. Estoy perfecta. Mañana empiezo con mis clases de remo. Soy feliz.











No hay comentarios:

Publicar un comentario