lunes, 10 de septiembre de 2012

Huída

            -Te callás!- Las yemas de los dedos del taxista apuntaban directa, firmemente  hacia unos escasos milímetros de la nariz de la muchacha con completa independencia del resto del esmirriado cuerpo que las sostenía. Esas dos palabras, incluso, parecían haber salido de ellas  y no del hombre que las comandaba. "Te callás!" le había gritado junto con el cachetazo que ahora ya no estaba sucediendo pero que flotaba en la tensión de esos tres cuerpos, en el silencio que se hizo inmediatamente después del plaf! y  en la picazón que la joven tenía aún en la mejilla derecha. El sacudón le sacó el habla, la risa, la soberbia y el efecto "no entiendo nada" del  hashish que habían consumido justo antes de subir al vehículo.

          El hombre giró sobre su torso y volvió al volante. Clara recordó, como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron, que su amiga estaba todavía ahí sentada a su lado, desde el principio del viaje. Como si su mano también tuviera independencia del resto del cuerpo que seguía inmóvil, la arrimó hasta los dedos de su acompañante y los entrelazó con los suyos. Hubiera querido decirle, "todo va a estar bien"  pero no salió de su boca ni una sola palabra.

                Su pensamiento, en cambio no estaba tan quieto.   Ellas ya habían pasado una situación similar la vez que en que  dos "malvivientes" subieron al colectivo de línea que iba de Mar del Plata  a Sierra de los Padres y habían amenazado con incendiar la garrafa de veinte kilos  que arrastraban con fuerza a lo largo del pasillo, mientras mostraban un encendedor en alto. Aquella vez, también habían experimentado ese regreso repentino de la mente a la realidad más cruda,  la de comprender que a lo mejor, esta vez no lo iban a poder contar.
                 
            El taxista arrancó lentamente y condujo el automóvil con tranquilidad. Rodeaban el cementerio de  la Chacarita y ese dato imprimía más pavor a la situación. El conductor se detuvo en una estación de servicio. Antes de bajar se aseguró, con una rápida mirada de reojo, que los seguros de las puertas traseras estuvieran bajos, trabados. Las muchachas quedaron solas, las dos estaban agitadas pero ahogaban su respiración para que no se notara. En voz muy baja, la rubia le dijo a la otra "cuando te diga YA, abrí la puerta y corré."  La segunda, casi con el mismo tono, le contestó: "Para qué lado?" y ambas estallaron en una carcajada. El hombre conversaba afuera con otro, urdían algún plan, tal vez fantaseaban con el festín que se darían en un rato con las criaturas que el primero había apresado. Uno al lado del otro sin mirarse, se preguntaban dónde podrían llevarlas. Al verlas riendo, en el interior, el desconocido de la estación de servicio lanzó un "Están entregadísimas, no va a hacer falta casi nada" y se acercaron juntos hasta el coche.

           -"Ahora! Ahora!!!" -gritó furiosa la rubia mientras abría una de las puertas. -Corré!!! Y corrieron, corrieron tanto como sus piernas les permitieron y más. Tomadas de la mano, sin pensar en nada, sabiendo que otra vez se habían salvado.

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