jueves, 17 de marzo de 2022

VIAJO SOLA

(1)


El viaje comenzó con complicaciones o tal vez sólo con apuro. "De apuro" como quien se entera que viene un hijo en camino cuando ya está hace cinco meses  dentro de su vientre y tiene que adelantar todo, tomar decisiones que no hubiera ni pensado un día antes de hacerse el test.  


Los pasajes decían Pehuajó - Buenos Aires, 23 de diciembre 1:22 hs. primera escala previa a tomar el avión hacia Mendoza. Y ahí se me armó  el primer equìvoco. Era miércoles 22 y yo creía que disponìa de todo el jueves 23 para organizar la mochila, dejar la casa en orden, cumplir con mis tres trabajos hasta el último minuto…. Pero no, la 1,22 hs. del 23 es el 22 a la noche, no 23 a la noche.


Siempre me costó ese cambio, ese pasaje temporal, ese límite en que  un día  se transforma en otro en cuestión de minutos. Un minuto. Otro día. 


En fin, a las 19 hs. del martes 22, por pura insistencia de mi prima,  abrí la pantalla del celular para imprimir los pasajes que supuestamente iba a necesitar al día siguiente y… sácate, 1,22 hs. del 23 de diciembre era en un rato! Esa noche! 


Todo lo que había planeado para realizar en Pehuajó durante esas 24 hs. destinadas a organizar mí viaje al Cuyo, se redujeron a 6 horas 22 minutos, incluído el aseo de los dos baños y las despedidas pertinentes.


En cuestión de una hora armé la mochila y avisé a mis respectivos patrones que no concurría a trabajar al día siguiente, luego hice las compras para la cena que tendría con el padre de mis hijos, Julián, que por alguna extraña razón decidió que yo no podía emprender ese viaje sin que él se despidiera, "sin despedirnos" dijo  y desearnos las cosas que se suelen desear entre el 23 de diciembre y el 2 de enero del año siguiente. 


Visitar a Leandro. Eso era impostergable. Había planeado visitarlo, cenar, tener sexo y despertar y desayunar con él pero ahora  sólo disponía de tiempo para pasar a saludarlo, abrazarlo, decirle nos vemos a mi regreso.  Y eso hice. Dos horas. Hubiera querido decirle un montón de cosas más.  Me quedé con ganas. Leandro, en ese escaso rato que compartimos me hizo reír tres veces y se rió de mis comentarios. Verlo reírse, conmigo, me hizo recuperar mi confianza en lo nuestro. ¿Qué es "lo nuestro"? Amistad. Amistad pura. 


Le hubiera querido decir que hagamos caso omiso a las charlatanerías, a los lleva y trae de nuestros amigos que desde que saben que tenemos esa otra cosa más, no paran de intentar por todos los medios un sabotaje a nuestra nueva forma de vincularnos. No entienden que sólo somos, seguimos siendo, amigos, los mejores (no sé)  y con el agregado del revolcón cuando pinta. 


Las personas quieren ser novios de alguien, ser exclusivos, delegar parte de su vida, atrofiarla, gangrenarse para conservar a ese otro, poseerlo, o no delegar nada y engañar a ese otro poseído. Nosotros nos queremos así. Y eso que nos gusta de cada uno no va a ser dentro de un tiempo lo que más nos moleste. 


No nos jodan más.


También decirle de nuevo Te quiero, la paso muy bien con vos, me gusta escucharte hasta cualquier hora de la madrugada, escucharte contar las mismas cosas y hoy estás más lindo que de costumbre, Leandro, te quiero y los otros son sólo un pasatiempo para poder seguir así, amigos que se quieren mucho y no se enroscan en las vulgaridades de las parejas tradicionales. ¿Pareja?, qué palabra más horrenda. Pajera.


A las 22,30 volví volando, no, pedaleando a todo galope… Prendí el horno y mientras se calentaba, me duché, después  volví a la cocina, puse las milanesas y la mesa, recibí a Julián, cenamos, tomamos un litro de vino tinto y nos despedimos con indiferencia, la de siempre. Luego reservé el remis que me llevó hasta la estación terminal.


Le mandé un mensaje a Leandro Pedro, el otro Leandro. Por suerte se llaman igual pensé. Aunque que una palabra, "Leandro", suene fonéticamente idéntica a la otra palabra: "Leandro" (el otro Leandro, el Leandro Pedro), jamás podría nombrar a uno pensando en el otro. El significante UNO nunca podría ser en mí cabeza  el significante DOS (el otro), ni viceversa, aunque se pronuncian exactamente de la misma manera. NUNCA Leandro podría ser Leandro aunque se llamen igual. 


"La pasé muy bien anoche, quedé cansada jaja, me encantó conocer a tus perros, pronto salgo de viaje, tal vez podamos vernos antes de mí partida"  o  ya no nos veamos hasta mi regreso. (O nunca más) Una mentira, el "tal vez" era una mentira. ¿Cómo íbamos a vernos si yo ya estaba viajando hacia Buenos Aires, en el Pullman de Trenes Argentinos? Sólo quería comprobar que inmediatamente me iba a mandar una respuesta, veámonos hoy, despidámonos; sólo quería disfrutar de decirle, oh… no puedo, hoy tengo mucho trabajo por terminar antes del viaje. 


Pedro, el otro Leandro, no me contestó,  ni me mensajeó absolutamente nada pese a haber leído el mensaje casi al instante de recibirlo. 


A la 1 am ya estaba en la estación del ferrocarril. Lista, preparada, toda transpirada. Lo mío fue impecable.


Durante varias horas me desvelé pensando en que lo mejor hubiera sido seguir el error, confiar en el yerro  del destino.  ¿Qué tal si ahora el tren descarrilaba y yo moría aplastada contra butacas  y  rieles? ¿Qué tal si la confusión horaria era sólo una jugarreta del destino para que no subiera a ese tren asesino?  ¿Qué tal si debía perder el tren por algo que valiera muchísimo más la pena? 


El viaje fue de una incomodidad total. El asiento muy pequeño y el barbijo tiempo completo no me dejaron pegar un ojo en toda la noche y en seguida el malestar gástrico típico de mí estrés pre viaje (pre viaje verdadero)


A las 7 am el tren arribó a Constitución. Puntual. Me sorprendió ver que a muchos de los pasajeros los esperaban parientes detrás de la reja. Abrazos, llantos, gritos, alegría. ¿Es tan importante llegar a Buenos Aires desde Pehuajó? ¿Hace cuánto tiempo no se ven? ¿Por qué para mí es tan intrascendente esta llegada? Me pierdo en mis pensamientos para negar de alguna manera la realidad: a mí no me espera nadie. La estación Constitución es hermosa pero siento cierto temor de esta ciudad grande, llena de gente, tanto calor, tan mala noche, no encuentro la parada del  84 ¿cómo es posible? Habré hecho este trayecto unas 100 veces en mí vida. ¿Cómo es posible que la parada del 84 ya no esté en su lugar? Cien veces llegué aquí antes y cien veces no vino nadie a recibirme. Nunca. 


Tomo un taxi hasta la casa de mi hermana, que me va a hospedar hasta pasado mañana, cuando el avión que me lleva a Mendoza tiene fecha de partida. Me fijé bien. Sale es 25 a las 13:05


¿Por qué los transportes turísticos tienen esos horarios tan inexactos? ¿O  tan exactos? ¿Por qué no a las 13 cero, cero? 




(2)


38 grados a las 6am, una humedad de muerte  y picazón de concha como único saldo positivo de la revolcada de hace tres días atrás con Leandro el otro, Leandro Pedro. Por suerte acá todos los ambientes tienen ventilador. A las 9 am decido levantarme. Me paseo por la casa en pelotas y mí hermana está horrorizada pero lo disimula como puede; no puede. Intenta no coincidir con su mirada sobre ninguna parte de mí persona, tampoco puede. Mis tetas son más grandes que mí persona.  Me meto en el baño y me doy una ducha abriendo sólo la canilla de agua fría. La urticaria conchal se vuelve insoportable. Me seco y me echo un talco Veritas que encuentro al borde de la bañadera. Es rosa, de nena.  ¿Qué sustancia bioquímica diferente, de nene, tendrá el Veritas de frasco celeste? Será el perfume. El baño está fresco, como si por tocarle esa función tan ordinaria de recibir y deshacerse de los orines, la mierda  y las suciedades humanas, le confiscara el derecho a recibir también calor.  Eso para mí es una gran suerte. Bajo la tapa del inodoro y me quedo un largo rato ahí, desnuda, entalcada de nena y fresca como el baño, escuchando las voces que llegan desde la cocina. Mi hermana habla de yoga con alguien. Otra mujer. Comparan los beneficios del Yoga con los del  Judo. Hay que practicarlos todos los días, dice mí hermana. Yo hago posición de loto sobre la tapa del inodoro. Respiro profundo, no pienso en nada. El baño es muy lindo. Los azulejos símil antiguo, color crema con florcitas rococó rebosan de juventud. La grifería reluce con sus cobrizos y plateados también imitación antigua, vintage. Todo está limpito, limpísimo.  Los baños de las casas de clase media/ alta siempre son casi más lindos que sus casas limpias y equipadas de clase medias altas... altas, ningún "medias". Será que estas gentes pretenden que el baño no sufra por el oficio  que le corresponde, para el que fueron creados.  Los olores de los baños son algo que no se puede camuflar con nada. Cuando el baño huele a desodorante de ambiente, inmediatamente el cerebro hace el insigth: alguien acaba de cagar aquí, e inmediatamente el olor a fresias del aromatizante se tiñe del agrio de la materia fecal de ese alguien, de cualquiera, siempre esa combinación perfume rico/olor a sorete es igual de fea, no importa la clase social a la que corresponda el culo del que cagó. Al baño, por más que lo vistas de seda, baño queda ¿Será así con todo?

Pierdo el hilo de lo que estoy pensando, ese baño huele muy bien ahora, también pierdo la conversación que se desarrolla afuera y la retomo cuando mi hermana dice: no sufro porque no es mi objeto. La otra dice yo tiendo a  hacer todo para vivir  placenteramente, bueno me voy che. Respiro seis veces más y las voces de afuera y unos golpecitos en la puerta me devuelven a la realidad y al calor. Te dejé todo en la cocina para que te hagas Tu mate. Mí hermana acentúa el Tú mate. 


Los mortales, la mayoría de los mortales, se cuidan, no quieren enfermarse, mucho menos morir. Preparo Mí mate, el que ella me dejó y me paso el rato ahì, en la cocina luminosa e igualmente pulcra que el baño. Mí hermana entra con bolsas, acomoda verdura, hay que hacer la ensalada para esta noche, la rusa, ¿cuál otra? ¿Me ayudás? Lava con energía las papas y  las zanahorias y me las deja cerca sobre una tabla de madera que además contiene un pelapapas que reluce como la grifería del baño. ¿Lo habrá comprado recién? Deduzco que me toca pelar. Comienzo con las zanahorias. Mientras lo hago ella va pelando y cortando en pedacitos las papas y las pone en una cacerola. Tiene dos pelapapas, qué maravilla. Cuando termino con mí ración hago lo mismo. No! ¿Cómo vas a mezclar las papas con las zanahorias? Tomà acá hay otra cacerola. Lo que me va a costar separar ésto ahora! Bueno, lo hice rápido, por suerte porque las  cortaste muy groseras. Son todos tubérculos, pienso mientras ella sigue separando lo naranja de lo blanco, pero no digo nada. Pongo agua en "mí cacerola", lo hago con miedo, con cuidado, ¿cuánta agua será correcto poner en las raíces de las hortalizas de esta casa? Dudo de todo, me siento incompetente hasta para poner al fuego los trocitos de zanahoria que tuve que dividir en  partes más pequeñas para no volver a ser grosera. La grosera soy yo, eso está clarísimo.  ¿Así de agua está bien? Perfecto me dice y yo digo voy al baño, mucho mate tomé, y aprovecho para volver a la frescura del baño que sigue igual de lindo, de fresco, de solo e incomprendido. 


Al rato mi hermana de nuevo,  ¿estás bien? Está abriendo una lata de palmitos, son trozados me dice, pero total... No entiendo el significado de ese "pero total" , supongo que alude a que total yo no comprendería  la diferencia entre "entero y trozado", no sabe cuánto se equivoca pero la dejo con su prejuicio. 


La tortuga está alzada, me dice. Salgo al patio y le hablo. Le hablo a la tortuga. ¿Cómo estás?¿Te acordás de mí? Para mí sorpresa la tortuga levanta la cabeza, estira el cogote hacia arriba lo más que puede y me mira a los ojos. El pico, como un tabique rectangular separa esos ojos penetrantes que ahora parecen contestarme: Hola Ángela, sì, me acuerdo de vos, cómo no.


Acto seguido enfila hacia mí, camina muy rápido.  Ojo porque te va a querer hacer cosas, dice mi hermana. Me quedo petrificada esperando a que el dinosaurio diminuto haga cosas con mí pie descalzo, quiero ver qué hace. Sigue de largo. Debe tener hambre, digo. Está alzada ya te dije. Voy a la heladera, agarro una ciruela, la lavo, vuelvo al patio y se la ofrezco a la tortuga que la devora con una velocidad increíble. Tenía hambre. Hambre del estómago, no sexual...

Las personas proyectan sobre los demás, dan por sentado, sentimientos que los demás no tienen aunque los demás sean una tortuga, que a lo mejor no tiene sentimientos, ni estómago. No sé.


Son las 3pm. Las 15 hs., las tres de la tarde. Está visto que en esta casa no se almuerza. No recuerdo cuál fue la excusa de ayer, hoy es la de "estar livianos para la cena de Noche Buena". Me recluyo en mi habitación hasta la hora de la gran reunión. No veo la hora de estar sentada en el avión.



(3)


Ya estoy sentada en el avión. El calor es insoportable. Me tocó un asiento que no esperaba, del lado del pasillo. Todo por no hacer el "chot in" a tiempo. El espacio entre las filas de butacas es mínimo. Muy mínimo. Apenas si entran mis patitas de Popotito muy flexionadas. Está lleno, repleto de personas. Pienso lo increíble que es que esta nave barata, muy barata, levante vuelo con tanto peso encima, que se eleve a tantísimos metros de altura como un Atreyu de chatarra. No quiero pensar más. El aire  acondicionado comienza a cumplir su tarea.  Es la primera vez que no viajo  del lado de la ventanilla. Mal augurio. La cábala, se pierde la cábala, malos presagios. Feliz Navidad dice el piloto, mí nombre es Van Damme y no tengo nada que ver con el actor pero quiero contarles que hoy es mi cumpleaños y es mi primer vuelo en esta aerolínea. Aplaudamos a las nuevas azafatas por favor, Ailén, María y Flor. Los pasajeros aplauden felices. Yo estoy del lado del pasillo. En Mendoza, informa, hace 30 grados pero llegará a 35, yo del lado del pasillo, la cábala, no se cumple la cábala… Ahora dice todo lo mismo en inglés. ¿Recordará todos los chistes que hizo? ¿Volverán todos  a aplaudir? Registro con la mirada el techo del avión. Un muchacho me pide permiso y se sienta del lado de la ventanilla, entre nosotros un asiento que será en el que depositemos las camperas que ambos cargamos seguramente  "por las dudas que haga frío".  La azafata, ¿será Flor? Nos explica cómo abrocharse el cinturón de seguridad, cómo manipular el salvavidas y la mascarilla de oxígeno en caso de turbulencia importante. 


Estamos despegando dice Jean-Claude Van Damme y del techo curvo, desde los pliegues laterales de arriba de las ventanillas, comienza a salir humo. No me doy por convencida. Me saco los lentes, empiezo a temblar, me vuelvo a poner los lentes, me saco el cubreboca para corroborar si hay olor a quemado. No, no huele a nada. Entro en pánico. Busco la mirada de los otros pasajeros. ¿Nadie ve el humo? ¿Ninguno se da cuenta de lo que está pasando? 

Por alguna razón inconciente en vez de llamar a la  azafata, grito iienfermera!! Viene otra, será Ailén. Se está quemando le digo. Me contesta algo mientras me acaricia el hombro. No logro entender lo que me dice. Es humo, es humo, repito enajenada. La otra azafata, la tercera, tal vez María, se me acerca, se inclina hacia mí cara, mucho, hacia mi cara. Me habla muy cerca de mí nariz, de mí boca, susurrando. Es humo, se quema, repito también susurrando. Las tres casi no entramos en ese espacio reducido entre asiento y asiento y pasillo y más asientos. Mí terror no cede sin embargo se me ocurre que esta situación podría ser el comienzo de una película porno. Tres azafatas, asistiendo a la pobre indefensa con un ataque de pánico (se podría suplantar el "de pánico" por algo más acorde al porno). Las azafatas se divierten podría llamarse o Las Aeroniñas se calientan. Inmediatamente recuerdo que las porno no tienen tratamiento alguno, no hay línea argumental alguna en las porno. Siempre entra alguien, un hombre, que sorprende a una, dos o tres mujeres, vestidas con muy poca ropa y zapatos altos, intercambian dos brevísimas frases, corte y ya están en pelotas los tres o cuatro, chupándose todo y penetrándose por dónde verga/venga. Es vapor, me dice, es vapor.  


Estoy aterrada. No escucho. María sale corriendo por el pasillo. Ailén o Flor, ya no sé, me dice mirá, mirá…¿vez? Ya apagamos, es el vapor del aire, del aire acondicionado. El humo, el vapor, desaparece. Respiro profundo. Se me caen unas lágrimas. Las chicas me palmean el hombro en stereo. Los hombros. Se van. Yo miro al muchacho de al lado, está mirando una revista. No se dio cuenta de nada. Ya estamos en el aire. A siete mil metros de altura dice el piloto que no es actor.




(4)


Usté dobloa la esquina y ahí nomás lo encuentra. Todos los ómnibú la dejan en el centro, dice la señora que quiere estar segura de que entendì el recorrido. Todos los colectivos conducen al centro, pienso. Tomo el que va en sentido contrario, me alejo del centro. Llego a un pueblito que parece salido de un cuento, o de los dibujitos de Heidi. Solo que aquí sigue haciendo mucho, mucho calor. Busco el río en el celular que en este momento podría servir de plancha portátil para alisar mi short de hilo que está terriblemente arrugado y húmedo. Hago la prueba frotando la pantalla sobre la tela, sì, plancha. Pienso que podría explotar, así que fijo bien en mi retina las coordenadas para llegar al río y  lo envuelvo en mi pañuelo. Lo pongo adentro de la mochilita, en un lugar que también hierve pero me convenzo de que ahì el celu va a estar más protegido. 

¿Cuántos son ustedes? me pregunta la señora que vende los boletos para tomar el "boteapedal" que pienso alquilar para llegar hasta el otro lado del río. Miro hacia mis lados para corroborar que me habla a mí, y por supuesto, a mi lado no hay nadie más que yo. Viajo sola, le digo. Ah… le va a salir muy caro y además va a tener que hacer más fuerza porque tiene que pedalear sola…. Dígame cuánto, le digo, entonces me dice, yo le pago y subo al bote, nomás, solita. Pedaléo, la señora me sigue con la mirada, llama con un gesto a alguien que sale de la cabina de ventas, le muestra, me muestra, viaja sola le dice al hombre que me grita desde la orilla: 

ii vamos, vamos, vamos que usté puede!! Ya sé, le contesto muerta de risa, iiiya sé!!! 



Estaciono el boteapedal donde me indicaron los mirones hace un rato, ellos sabrán hacerlo volver me dijeron. Camino bordeando el río durante varias horas. Dos horas y media para ser exacta. A esta altura el río no es más que un hilito de agua. Laguna semi seca de Guanacaste aquí estoy, digo, dónde está mi anfitriona "la Huarpe"? A pesar de haber partido de un lugar rocoso, ahora me rodea una vegetación frondosa. Todo es arbusto. Se escuchan insectos, muchos insectos pero por suerte se mantienen alejados. En el transcurso del camino hasta ahí, debo haber transpirado unos tres kilos. Si fue así, valió la pena pienso e inmediatamente pienso otra cosa: dejá de pensar huevadas, Ángela, que si no viene La Huarpe  vas a morir de inanición. Y vuelvo a pensar, dejá de pensar huevadas, ya va a llegar, y ya no pienso más, eso trato pero es difícil no pensar nada, mucho más fácil es pensar boludeces, se piensan solas sin programar, ya están programadas. Ahora lo único que pienso y vocalizo es: ¡Qué calor, por Dios! ¡Qué calor! Uno en situaciones extremas, ya sean negativas o positivas, se pone creyente. ¡Por Dios! Fue lo último que le dije a Pedro, el otro Leandro, justo en el momento que llegaba al orgasmo y segundos antes de caer dormida y yo no verlo nunca más. Por Dios, como me gustan los revolcones! Por Dios, qué calor! Esta será una situación positiva o negativa? Los arbustos son de baja estatura pero ahora comienzan a proyectar un poco de sombra. Me tiro al piso y compongo con mi cuerpo el dibujo de la sombra. Parezco una soga retorcida, pero a salvo del sol abrazador. En tu cara sol! En tu cara! Me despierto al rato, no sé cuánto tiempo es un rato pero engloba todos los tiempos, estoy completamente mojada, empapada de sudor, el pelo chorrea.


Un olor como a rosas

aroma de los tilos

que bordean  la avenida principal

casi puedo saborearlo,

busco a la portadora del perfume,

estoy sola.

No es mi olor

huele a mujer

que sabe

hembra que entiende.

El amor ya está en ella.

No soy yo.


Un olor como a rosas. Huele a mujer segura y aseada. No soy yo. Tres kilos más, pienso, bah… tres kilos menos corrijo, chivé tres kilos de grasa más. 


El sol fue más vivo que yo, me entró por otro lado y de la forma menos esperada. Hombre tenía que ser, manipulador. 

Ahora estoy más flaca, más sucia y más quemada. Pero no sé porqué me siento completamente feliz. A lo mejor sí es mi perfume.  Vuelvo a buscar la sombra, en otros arbustos. Busco mi celular. No hay señal. Ahora sì, no pienso nada, absolutamente nada y en esa fracción de segundo que es un imposible temporal, aparece La Huarpe. 


Estás acá, me dice. Tiene voz muy grave pero sedosa. Me muestra su dentadura  con la más auténtica sonrisa que haya visto en mi vida. Me alegra verte, dice. A mí también me alegra.



(5)

Es por eso que Cristo lleva espinas en la cabeza. - dice La Huarpe mientras recoje pequeños trozos de leña de entre los pastizales secos. - El hombre se diferencia del resto de las especies porque puede elucubrar. Su pensamiento lo excede. Las espinas alrededor de su cara impiden que sus cavilaciones salgan. Es el castigo. Me vendría bien, le retruco, pero ella sigue hablando y me gana el vale cuatro: Pocilga. El cuerpo humano es una pocilga, sabés por qué?, mirá, me dice mientras suelta todos los tronquitos de golpe sobre un hueco que hizo en la tierra y me muestra las dos manos sucias. La mano derecha muestra la palma entera, los cinco dedos y la mano izquierda la V de victoria, con dos dedos en alto. Son siete, verdad?, siete son los pecados capitales que definen al "hombre pocilga" que somos todos, nosotras también, eh? Pocilga: siete letras. Fíjate: me muestra el primer dedo: pereza, segundo dedo: envidia, se agarra fuerte el tercer dedo: soberbia, se aprieta el cuerto: ira, hace cierto ademán confuso con toda la palma, sus cinco dedos: lujuria, me muestra el dedo gordo da la otra mano: gula y me señala luego con el índice: avaricia. Las siete letras iniciales de los siete pecados capitales, se relacionan, vos sabrás, con los siete chakras y los cinco elementos de la naturaleza. Yo no sé nada de chakras, ni de una mierda. No entiendo de qué me está hablando pero me interesa, quiero que redondee la idea, que me cierre. Sin embargo mí mente se queda detenida en la imagen del dedo índice señalándome. Me acaba de decir avara. Justo a mí. Mí cabeza se dispersa, me doy cuenta de la estafa: las iniciales de las palabras que enumeró forman la palabra Pesilga, no Pocilga. Bueno, casi. A lo mejor la palabra envidia tiene algún sinónimo que comienza con la letra O y el tema de la S y la C no tiene tanta importancia; finalmente es la misma fonética. El calor horroroso de la tarde se va aplacando. El atardecer trae un refresco a mis poros y la noche cae más rápido de lo que esperaba, y helada. La Huarpe hace un fuego reparador. Después de la interesante charla nos quedamos calladas, contemplando las llamas. La Huarpe enciende un fueguito muy pequeño dentro de su pipa. Aspira y me contempla. Me pregunta si sigo con frío. Le digo que sí y me responde que mañana va a hacer el mismo re puto calor que hoy, que no me preocupe que ya se me va a pasar. Después, canta, muy suave, esta canción: No era cinc sino ónix.

Usted se equivoca a menudo

con la seguridad de la paloma.

Cree que el mar es el cielo o peor:

Que la noche es el amor. Porfía.

Y cuando el metal se hace piedra áspera y verde, usted grita,

se enoja, no entiende. Y cuando por fin comprende mareada por su propio error, muere. Se odia. Lloro, lloro a mares. Lloro hasta gritar de y con furia. Esta mujer acaba de cantarme las cuarenta. La Huarpe se me acerca hasta quedar sentada al lado mío, pegada. Mañana va a hacer mucho más calor que hoy pero usted va a estar mejor preparada, me dice. (Continuará)


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